El sufrimiento no tiene nada que ver con lo que nos pasa, sino con la interpretación que hacemos de los hechos en sí. Se trata de una percepción; por medio de los pensamientos, no aceptamos lo que nos sucede y adoptamos una actitud victimista, quejándonos y lamentándonos de lo ocurrido.
Lo cierto es que nada ni nadie tiene el poder de hacernos sufrir sin nuestro consentimiento. Solo nosotros, por medio de lo que pensamos, podemos hacernos daño.
Al aceptar podremos transformar cómo nos relacionamos con la realidad. El sufrimiento no hará que cambie el resultado. Es como añadir tensión. Resistirse a lo que es solo hace que prolongue el dolor más de lo necesario. El dolor es una emoción, sí, pero sostener el dolor por un periodo largo de tiempo es lo que causa el sufrimiento: lo que se resiste persiste, lo que se acepta se transforma. La clave está en la aceptación.
A partir de ella adoptamos una postura neutra ante el hecho, que en sí es neutro, y podemos ver con claridad. La aceptación es el primer paso para fluir.
Podemos tomar una postura constructiva hacia el hecho, aceptando lo que trajo la vida para mí; esto nos permitirá ver el aprendizaje oculto, el regalo.
Entonces, ¿qué función tiene el sufrimiento?
Por un lado, es completamente inútil. Por más que nos quejemos, la actitud victimista no sirve de nada; por más que suframos, la situación no va cambiar. Pero por otro lado el sufrimiento tiene una función muy importante. Al destruirnos por dentro, nuestra mente y nuestro corazón —después de una buena dosis de sufrimiento— toman conciencia de que es suficiente.
El sufrimiento nos motiva a salir de esa comodidad, iniciando un viaje de aprendizaje para crecer y evolucionar. Cuando ya no aguantamos ese estado, empezamos a dirigirnos hacia un cambio; no nos queda más remedio que descubrirnos a nosotros mismos.
Este proceso lo podemos comparar con la larva que se convierte en crisálida; modificará todo su ADN hasta salir transformada en una mariposa. Mientras es crisálida, en la cueva y la oscuridad, toma su fuerza para lograr salir por sí misma. En conceptos humanos nosotros también pasamos por una fase de crisálida. En un proceso de transformación de nosotros mismos, para pasar del EGO al SER: habrá conflicto, habrá lucha, habrá sufrimiento, vacío y ansiedad, pero todo eso es necesario para que lo atravesemos y nos convirtamos en la mejor versión de nosotros mismos.
No tengamos miedo al dolor o al sufrimiento; forman parte de la vida.
A veces duele reconocer, pero duele más seguir repitiendo. Es hora de dar el paso. Tomar nuestra fuerza y seguir el proceso hacia algo más grande. Abraza con humildad tu sombra, de eso se trata esta aventura espiritual; de atravesar la oscuridad para llegar a la luz. A este proceso se le llama “la noche oscura del alma”.
Nuestra alma encarna en nuestro cuerpo con un propósito, este propósito le dará orientación al cuerpo y dirección a nuestra vida, le da color, le da profundidad, le da un sentido real: trascendental.
Por el otro lado en nuestra mente tenemos un monito loco que no para, que brinca de un lado a otro. Y esto crea una gran confusión. Este ego, este “monito” que quiere hacernos creer que él es nosotros, se disfraza de personajes (falsa identidad) para que nos identifiquemos con él. El ego es ese fragmento de nosotros que vive en esa ilusión aparente: sufriendo, interpretando. Pero llega un momento de la vida en que el alma empuja. Empuja desde adentro y esto crea una gran resistencia en nuestro ego al perder el control; el ego siente cómo el alma empuja para manifestar su propósito. El alma seguirá empujando hasta que el ego se haga a un lado y el ser pueda salir de la crisálida y convertirse en mariposa. Pero en la vida se siente como una enorme crisis, un gran vacío.
Ahí, en la desesperación, la mente busca todo tipo de estímulos externos de donde colgarse para satisfacer ese vacío. Cree que va a encontrar la satisfacción afuera. Entonces hace peregrinaciones, compra cosas, se transforma y se adorna, buscando amortiguar ese vacío profundo: todo el tiempo en una lucha interna para llenar o escapar de ese sufrimiento que realmente es un vacío.
Transitamos un periodo gris. Ante esta perspectiva se crean 2 caminos: la medicación o la meditación; las soluciones hacia afuera o hacia adentro. Tapamos el vacío con medicamento o confrontamos el vacío, encaramos al personaje para comprenderlo y que se haga a un lado para dejar salir la luz.
Con la meditación logramos volvernos ese observador ese testigo, ese “yo soy” que observa el conflicto interno. Durante esa observación podemos sentir el contacto genuino con nuestra alma, con esa conciencia que somos, esa luz, ese SER real. Y la ilusión se empieza a derretir porque la conciencia es luz.
La conciencia observa la mente y la mente observa la conciencia. Es un proceso alquímico donde la mente se funde en el océano de la conciencia; desaparece la resistencia, el alma toma el control de nuestra vida y empieza a transitar el camino de la luz, de la integración. En este salto cuántico de la conciencia tomando su lugar, nos alineamos en dirección a lo que está alineado con el universo, con nuestro propósito, nos llenamos de amor y gratitud por esa noche oscura que nos ha llevado hacia este estado de conciencia del SER.
NO HAY POR QUÉ HUIR DE LA NOCHE OBSCURA, NO HAY QUE EVADIR LA NOCHE OBSCURA; HAY QUE VIVIRLA DESDE EL ALMA PARA QUE ESA LUZ ILUMINE ESA NOCHE, Y ESA NOCHE DESAPAREZCA.
Claudina